Tanto amor para nada by Anna Premoli

Tanto amor para nada by Anna Premoli

autor:Anna Premoli [Premoli, Anna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2020-02-24T00:00:00+00:00


* * *

Para estar ya en noviembre, hace un día espléndido, un despejado cielo azul con alguna nubecilla pasajera, como queriendo desmentir el tópico de las torrenciales lluvias otoñales.

Casale Monferrato se encuentra casi a mitad de camino entre Milán y Turín, a lo largo del Po, donde el verde todavía es el color predominante. Es realmente un placer para la vista, especialmente para quien, como yo, huye de la ciudad.

Una vez llegado a mi destino, aparco el coche y me dirijo hacia las oficinas del centro de paracaidismo; Violeta y Elena ya han llegado, como atestigua el Alfa Romeo rojo que distingo no muy lejos de aquí. Esperaba que Elena se hubiera armado de valor para contarle a su amiga que no saltaría hoy con ella, pero tiene gracia el momento en que la mirada de Violeta se encuentra con la mía, nada más poner el pie en la oficina de registro.

—¿Pero qué diablos…? —le oigo maldecir. ¿Es normal que estas reacciones suyas sean ya de alguna manera tranquilizadoras y que me hagan sonreír como pocas cosas?

—Buenos días, señoritas —las saludo acercándome. Elena tiene la cabeza baja, evitando mirarme a los ojos. No, diría que aún no le ha confesado nada…

—¿Qué diantre haces aquí? —me pregunta Violeta—. Yo no te dije cuándo saltaríamos… —razona en voz alta, totalmente confundida.

—Tú no, pero Elena sí. Esta mañana, cuando literalmente me rogó que saltara en su lugar.

Ah, qué pesadez estas tareas ingratas…

Violeta abre los ojos como platos y se vuelve hacia Elena, que ha tenido la delicadeza de ponerse colorada de vergüenza.

—Violeta, lo siento, ¡pero no he pegado ojo en toda la noche dándole vueltas al tema!

—¡Ni yo tampoco, qué te crees! —replica ella con el ceño fruncido.

—Sí, pero tú eres más fuerte… tú saltarías de todas formas… —procura convencerla.

Violeta suspira y pone los ojos en blanco.

—¿De verdad se lo has suplicado? Quiero decir, ¿no es él quien se ha ofrecido?

Me aguanto una carcajada; me gusta su natural desconfianza. Siempre hace que todo sea impredecible.

—Te lo juro, se lo he suplicado de rodillas —admite Elena con aire culpable.

—Y entonces estás aquí, conmigo, pero no piensas saltar… —refunfuña Violeta.

—Bueno, sí, preferiría no saltar…

Violeta apenas tiene tiempo de fulminar a su amiga con la mirada —no hay duda del verdadero poder para infundir terror de esos ojos azules— cuando se nos une uno de los encargados del centro.

—Hola, soy Francesco. Encantado. ¿Vosotras sois Elena y Violeta? ¿Las que saltaréis esta mañana?

—Sí, somos nosotras. Pero hay un pequeño cambio en el programa, si es posible —le explica Elena—. ¿Podrían saltar Violeta y Lorenzo? —pregunta señalándome—. Me temo que no he pasado muy buena noche…

El encargado me examina de pies a cabeza, probablemente calculando a ojo peso y altura.

—¿Uno noventa de altura y ochenta y cinco kilos de peso? —me pregunta. Debo reconocer que se ha quedado muy cerca.

—Ochenta y tres kilos, para ser exactos.

—Sí, ningún problema. Entonces reajustaremos los parámetros. ¿Has saltado alguna vez? —me interroga.

—Nunca he saltado —le confirmo.

No es que tenga ningún miedo, porque



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